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martes, 23 de septiembre de 2014

AQUÉL NIÑO...







Las palabras del agua no dejaron su eco en mis oídos, 
monótonas gotas de vida que conversaban con el silencio frío...

Tenía sed pero mis manos no alcanzaban el elemento, sed
que en los ojos se reflejaba y en mis labios sedientos.
Tenía sed causada por la subida que imponían los caminos
subiendo a la montaña con mi padre, mi mejor amigo.

Diseñó un vaso entre sus manos, un vaso de amor, carne y huesos,
donde pude beber el agua que de la fuente manaba en verso.
Sonreía cuando mis labios fueron al encuentro, niño agradecido,
para darle un abrazo y dejar en sus mejillas un beso.

Ayer vino a mi memoria aquél entrañable y lejano gesto
que viví un día con mi padre cuando entre los pinos soplaba el viento...


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