... y seguimos caminando,
tú en tu vereda y yo en la mía,
aunque a veces tus pasos
por su sonido me confundían.
Te sabía tan cerca
que mis pisadas eran las tuyas
por que en el polvo del camino
sus marcas no se extinguian.
Y la vida fue pasando
llevando el mismo curso
y mi corazón fue olvidando
que no naciste para quererme.
Pasaron los años
y mi siembra dio sus frutos,
a la caída de tu ocaso
me devolviste el tributo.
Sentí tu mano en la mía
miré tu rostro enfermo y enjuto
y cuando te marchaste
mi corazón quedó en luto.
No te olvidé ni te olvido
y te recuerdo con cariño
el mismo que había
en aquél corazón de niño...