La mañana amaneciò frìa; el cielo se
habìa embadurnado de nubes cenicientas que no hacìan presagiar otro sentimiento que el de la anunciada lluvia. Los àrboles de la calle tenìan sus nuevas botonaduras, antesalas de incipientes frutos. La nueva primavera, intrusa y desconcertante, se mostraba arrogante y desafiaba con sus pòlenes a los sufridos alèrgicos. El tren llegaba a la estaciòn con su ruido de frenos cada vez màs familiares; yo esperaba en el anden con mi mochila al hombro, observador implacable, entre la muchedumbre congregada para tomar el medio para sus desplazamientos cuando la vì llegar por el acceso de minusvàlidos. Su carita era sonrosada y en ella se dibujaba una sonrisa que fue el centro de toda mi atenciòn; detràs de ella, enpujando su silla de ruedas, le acompañaba una mujer que pensè serìa su madre. Un leve suspiro brotò de mi pecho al comprobar que la señora tenìa dificultad para caminar... Sus piernas eran dèbiles y ponìa en ellas todo el esfuerzo para poder empujar el asiento donde se sentaba la niña. Instintivamente me apresurè en su ayuda.
- No se preocupe caballero, ya estamos acostumbradas...-
Sus palabras crearon en mi un desconcierto inesperado; aùn asì, con la mejor de mis sonrisas, puse una mano sobre el metal incoloro y agilicè su pesar. La niña no perdìa su encanto y en sus ojos brillaba esa luz de la alegrìa que adorna la inocencia infantil.
- De todas formas muchas gracias...-
Me desplacè unos pasos volviendo al lugar que ocupaba en mi espera; mi mirada no se separò del cuadro que formaban ambas cuando recibì el primer empujòn de apremio de alguno de los viajeros para entrar en el tren que ya habìa llegado.
- Disculpe.-
Me quedè rezagado - mis pensamientos sabrìa Dios dònde - a la espera intuitiva de alguna dificultad para ellas para poder ayudarlas. Entramos en el vagòn donde apenas habìa cabida para alguien màs; el grupo se redujo en espacio dando muestras de condescendencia pero con la ignorancia reflejada en sus semblantes.
Mis dedos se aferraron a la barra metàlica en la que se sujetaban varias manos cuando unos leves golpes en la pierna me hicieron bajar la mirada.
- Yo me llamo Camila... y tù ?-
Sonreì
La verdad que no esperaba que aquella chiquilla de no màs de siete años se presentara de manera tan espontànea a un desconocido. Le dije mi nombre y por mi acento descubriò mi procedencia. Se le veìa encantada de poder compartir sus inquietudes, de poder hablar con alguien que quisiera escucharla. Me hablò de su mamà que era quien la acompañaba, de su papà, al que veia poco por trabajar en el norte en una compañìa minera; pero su voz se tornò triste cuando le preguntè si asistìa a alguna escuela...
- Mis compañeros no me aceptan...-
Su respuesta se me antojò incoherente e impropia para una persona de su edad; mirè a su madre y ella corroborò con un movimiento afirmativo lo que acababa de escuchar.
Se me rompiò el corazòn al oìr aquellas palabras. No podìa entender que niños de su edad no aceptaran a Camila por su minusvalìa, que no quisieran relacionarse con ella por su discapacidad... Otro suspiro, pero este de pesar, de mi pecho...
- Dios...-
Pensè.
Mi estaciòn de llegada estaba cerca pero no quise apearme, tenìa tiempo y querìa disfrutar de su agradable compañìa. Cuando se marchò, en las mismas condiciones de llegada, en mi mente quedò una pregunta.
- ¿ Porquè... què hizo ella para merecer ese destino....?-
Que alguien me responda...