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domingo, 23 de septiembre de 2012

LA HUELLA DEL PASADO.







En el horizonte, el azùl del cielo se tornaba pàlido, tal vez envuelto en una flama que abrazaba el paisaje, desde una perspectiva angosta y flameante, que herìa el iris de la mirada.Un limòn lunero compartìa su frondosidad con el azahar de la nueva luna, y el fruto, amargo y amarillento, enhiesto cual senos de mujer. Sus verdes hojas clamaban al cielo el riego de la tarde a la caìda del astro padre. Y hacìa calor, mucho calor...

De los huertos cercanos, el aire transportaba en sus àtomos màs diminutos un vaho candente de estièrcol mojado y fruta madura aùn en el àrbol. En el silencio de la tarde, se podìa, incluso, escuchar el rumor exangue del caudal del cercano rìo, escaso por la carecia de lluvias en la ùltima primavera...
Al final de la calle, donde el campo se abre a la vista del transeunte, hay una pequeña casa. En uno  de sus laterales se describìa una hendidura de gran dimensiòn, que habìa sido enchapada por manos inexpertas; luego, la cal habìa puesto su blancura inmaculada simulando su ineludible deterioro. En una barra metàlica, adherida a la pared por dos garras, se alzaba, majestuosa al cielo, la antena de televisiòn...
Un Volkswagen rojo recorrìa despacio, muy despacio, la calle; en su interior, la persona que lo conducìa era un hombre de unos setenta años, miraba con curiosidad a diestra y siniestra, queriendo reconocer cada rincòn de la baldìa calle...