Sentada en una vieja mecedora, con ropas frescas para hacer màs llevadero el sofoco del dìa, habìa una mujer. Su curiosidad estaba centrada en la televisiòn; habìan concluido las noticias, y esperaba el programa de cotilleos en el que se notificarian los devaneos amorosos de algùn artista o torero. Con un abanico vertìa aire denodadamente sobre su cuerpo, como queriendo acaparar el poco frescor que la casa contenìa; la programaciòn habìa iniciado su andadura despuès de la publicidad con una hermosa presentadora. Su interès se hacìa cada vez màs notable y una sonrisa se dibujò en sus labios. Dejò sobre la mesa en la que aùn estaban los platos y cubiertos, ademàs del pan y el vaso de agua vacìo, el soplillo, y, acercàndose un poco al receptor, diò por satisfecho el tono de audiciòn...
Aprovechando la segunda pausa publicitaria, que era extensa, se levantò de la mecedora y cogiendo los ùtiles que le habìan sido necesarios para almorzar, los puso en el ùnico seno del fregadero del que disponìa. Al estar de pie se apreciaba un cuerpo delgado y seco; el vestido, por su amplitud, era fresco, de tela fina y sin mangas abotonado en su parte delantera...