Ha enmudecido la guitarra
con lagrimas de sentimientos encontrados
que vertían las manos del enamorado.
Ya no reluce señora entre sus abrazos
lanzando al viento los acordes
que arrancaba desde su alma
convertida en este día en mil pedazos.
Reposa sobre la humilde silla de eneas
donde se sentaba el guitarrista
a la espera de que algún día venga
el duende que la ha abandonado.
Llora abandonada a su desconsuelo
en la soledad infinita de la extrañeza
sin más acorde que su vestido de luto
y su bordón de seda anonadado.
Enmudece sin palabras ni sonidos
dejando que su corazón llore.
Ave que surca los cielos
no dejes que alguien de mi se enamore.
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