Mis manos se deslizaron bajo su falda sin oposición, presionando
con mis dedos en las columnas de alabastro que tenía por piernas...
La sentí cómo se estremecía cuando toque el bode de sus bragas,
sedosas, diminutas con olor a seda mojada... Mis dedos resbalaron
hasta llegar a donde un río desbordado me esperaba, acaricié
la suavidad de su entrada mientras su carne ardía y suspiraba.
Entré buscando el rincón mágico donde tanto placer conservaba
para hacerla sentir en cadena los envites que su corazón deseaba.
Recorrí su humedad caliente de norte a sur y en su gruta
puse la esencia infinita que su cuerpo reclamaba.
Cuando sus suspiros se hicieron aire, gritos de sueños, gemidos
supe que era la hembra, la mujer que me amaba...
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