Si esta noche me muero
no encendáis velas ni receis oraciones,
que el silencio envuelva a las canciones
y que viertan fuego sobre mi cuero.
Que no haya lágrimas de cartón
enjugadas con un pañuelo,
que caigan, hermanos, al suelo
para que con su sal se contente mi corazón.
Que mis cenizas sean esparcidas al viento
entre la bahía que me vió nacer
y la bahía que vio mis versos florecer
sin quejas una, la otra sin lamento.
Para que no haya recuerdos de mis acentos,
palabras sin asuntos ni remedios,
portadoras de enjambres de misterios
que llevarán en sus átomos los vientos.
Y que, cuando me envuelva la negra noche,
definitiva, fría, maloliente, alguien sonría
cuando despunte el nuevo día
para que en su memoria mi imagen no sea derroche.
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