La voluntad de Dios
se impuso a mis deseos
cuando le suplicaba llorando
que no te llevara al cielo.
Una mano en el hombro,
de rodillas sin consuelo,
me transmitió lo que no sentía
ocultando su rostro en un velo.
Y seguía rogando
que te dejara conmigo
para tener la penitencia
que precedía al castigo.
Tu marcha fue dolorosa,
nunca la voy a olvidar.
En los jardines del cielo...
¿Quién te va a cuidar...?
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