En el empedrado de la calle
fui dando mis primeros pasos
de la mano siempre atenta
y difuminada del abuelo.
A la taberna me llevaba
en su carro de madera
con el que ejercía su trabajo
y lo estacionaba en la acera.
Mi mente no alcanza a su recuerdo,
solo en un rincón se guarda una figura.
Alta con gorra y pantalón de pana
y una mirada en su mitad oscura.
Se marchó con una breve despedida
dejando en mi gen sus huellas
que florecieron con el tiempo
y una herencia de miles de estrellas.
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