Atardecía con viento de poniente
cuando mi madre me entregó a la vida
en una blanca sala de hospital
donde dio comienzo la luz querida.
La mar estaba convulsa y brava
con olas que embestían a la arena
como toro sangrando por su herida
vine al mundo entre sollozos y pena.
El pecho ajeno que me amamantó
dio los primeros suspiros a mi sentir.
Dios puso en mi camino la primera flor
que me ayudó a vivir.
Llegué sin tiempo suficiente,
inesperadamente, cuando comenzaba a oscurecer
sobre el cielo de la Tacita de Plata.
Los almendros comenzaban a florecer.
Así fue como llegué al mundo
entre los sonidos del mar y los cometas
que volaban por cielo sonriendo
por la llegada de un nuevo poeta...
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