No quiero más espadas
de Damocles sobre mi cabeza,
ni aguas turbias que ensucien
mis pensamientos y mi nobleza.
No quiero sentir la angustia
ni oír epopeyas que a nadie interesan.
No quiero manchar lo impoluto
con lágrimas que en el suelo se besan.
Nada devuelve la luz al ciego,
ni la voz muda articula palabras.
Se ciega quien no quiere ver
y sin escuchar quien no habla.
Mi canto es libre y tiene recompensa
en los latidos de un corazón enamorado,
donde existe la grandeza
de una flor que nunca se ha marchitado.
Paz me da, emociones me quita,
siembra la ternura dentro de mi surco
para que florezca sin hojas marchitas...
Esa mujer que mi alma necesita...
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