Llamaste a mi puerta un día
y te hice pasar sin dilación
te ofrecí mi mejor asiento
y te di un trocito de mi corazón.
Pasaron los días, entrabas y salias,
sin pedir el permiso necesario
tampoco la falta hacia
por que no era un dispensario.
Te fuiste sin decir nada ni explicar
dejando abandonadas las palabras,
creando para ti un nuevo hogar
y ni siquiera te has vuelto a acordar.
En él habitan los de tu clase
compartiendo mantel cada tarde
y de mi no has vuelto a saber
ni yo quiero encontrarte.
Conmigo viven los pobres de corazón,
los que no vivimos de las letras,
los que tenemos las manos encalladas
por el esfuerzo que nos sustenta.
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