La luz de sus ojos se apagaba
cuando la abracé por última vez,
me marché sin volver la mirada
para que mis lágrimas no pudiera ver.
No volví a abrazarla de nuevo,
se fue dejando una estela de recuerdos,
palabras que quedaron en mi mente,
caricias grabadas a fuego.
Cada día que pasa escucho su voz en el silencio,
cuando me llamaba por mi nombre de niño,
-para ella siempre fui un niño- aleluya
de aquellas tardes que no quedan en el olvido.
Donde esté estará siempre conmigo
por que será imposible el olvido,
ella me dio la vida que hoy tengo
derrochando amor y cariño... Madre.
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