Derroché energías sobre tu espiga
duplicando con la suavidad de mis manos.
Mi cetro ardía en tu cuerpo
sintiendo sus latidos muy adentro.
Generoso hasta llegar a la locura,
prodigando cada vez más las caricias,
derritiendo los tesoros que con ternura
me ofrecías con la voz de tus besos.
Entré y salí sin compasión,
gesto que me pedías hasta la muerte,
olvidando toda la razón
y solo me detenía para quererte.
Estalló entre tus carnes
un racimo de luces estrelladas
llevando los colores al paraíso
con palabras de mujer enamorada.
Faltaba el aire sobre las sabanas
cuando el final se hizo felicidad.
Tomé tus manos de compañera
sin querer volver a la realidad...
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