Hoy me he dado cuenta de que a todo se acostumbra el hombre. Lo digo por que lo estoy viviendo en mis carnes y es algo que al principio me parecía imposible. Os cuento...
Esta mañana me desperté con una urgencia que me hizo correr al baño y en el recordé a los arroyos que bajaban desde el monte Albarracín en mi niñez en mi pueblo; respirando satisfacción, medio dormido aún, me devolví a la cama; la encontré fría y solitaria, revuelta de almohadas y un sin fin de cosas sobre ella: el ordenador, el teléfono, papel higiénico, un par de lentes que ya utilizo para leer y escribir... Me había quedado dormido con la televisión encendida, tomé el mando a distancia y la apagué, pero, poco a poco, satisfecho mi descanso, comencé a notar que se me había evaporado el sueño; me sentía tan despierto que opté por encender el computador. Resueltos todos los trámites de claves y la ruedecita dando vueltas hasta cargas páginas, el aparato me dio libre acceso para su uso. Navegué por todos los periódicos que me gustan en busca de noticias de mi país, de saber el estado de ánimos de la población, tomé el pulso a mi diario deportivo, rematando la faena en los de mi región. Mire el reloj y pude comprobar que aún no eran las seis... en ese instante la cama se movió como si una mano invisible se hubiese enojado con ella, crujió la casa con dos sonoros golpes desde los cimientos a la rojas tejas... Me quedé petrificado por lo inesperado del suceso, pero en ningún segundo sentí miedo ni pensé que mi vida corriera peligro. Mire a los lados y vi como la lámpara se movía, la tele y las cortinas. En cuestión de un abrir y cerrar de ojos todo volvió a la normalidad y yo continué dando ritmo al teclado que hoy me está dando el placer de contarles lo sucedido...
Cuando llegué a Chile y viví la primera réplica sentí tal miedo que pensé salir corriendo sin saber hacia donde; la actitud de las personas que estaban conmigo en ese instante, tranquilos disfrutando de la tertulia, hizo que, además de cambiar el color de mi cara, continuara con mi trasero en la silla. Con el tiempo se han ido repitiendo continuamente esos " meneitos " que me tenían con el corazón en vilo y, como dije anteriormente, no ha habido más remedio que familiarizarse con ellos, tanto que cuando tardan en hacer acto de presencia se les echa en falta... a todo se acostumbra el hombre... Buenos días...