Me ha tendido su mano
desoyendo los motivos de mi enojo.
Sin mirarme a los ojos
como si fuese mi hermano.
Persiste en su constante empeño
sabiendo que no le he perdido
la fe desde aquél día que fui herido
con la pérdida de mis sueños.
Llama a mi puerta sin dilación
cada vez con más fuerza y constancia
dejando palabras que vienen en consonancia
con los sentimientos que pongo en mi oración.
No le quiero volver la espalda
por que siempre fue mi mejor amigo.
Lo escucho y lo siento conmigo
desde que tuve mi ángel de la guarda.
Quiero asirme pero aún no puedo
por que mi corazón llora la pena,
que es, Señor, la condena
que no deja entonar tu credo.
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