Dejaste una sensación de hambre,
animal insaciable, instintos voraces,
que dolía en los sentidos
más orgullosos de mi anatomía.
Corroían mi apetito los pensamientos
llevando la imaginación
donde traspasa la realidad
hasta convertirla en un dulce sueño.
Las manos prestas al servicio,
el corazón acelerando sin remedio,
los ovillos de la sangre
enardecidos, sufriendo y queriendo.
Cerré los ojos y eché a caminar
por la senda de los gemidos,
corrí, brinqué, sentí, imaginé
que volabas compartiendo mis latidos.
El sudor corría por mi desnudo cuerpo,
nada cambió en mis paredes,
te llamé en un grito de placer desesperado
y al abrir los ojos ya te habías ido.
Un hermoso poema que enardece a la vez que bifurca los sentidos en dolor y placer al mismo tiempo. Muy feliz día, amigo José.
ResponderEliminarPor cierto, no tienes en el blog la aplicación para hacerse seguidor de él ¿por qué no lo pones? Saludos.
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